POPAYÁN EN LA WEB DE GIOVANNI CASTRILLÓN
Apoteósis de Popayán
El Departamento del Cauca, para conmemorar el IV Centenario de la fundación de Popayán (1536-1936) encargó al Maestro Efraín Martínez el pintar un cuadro que reflejara la historia de todos los hombres ilustres de Popayán en un desfile romántico y firmó un contrato con el Maestro en ese sentido, con base a la ordenanza 25 de 1935. El contrato tuvo un valor de seis mil pesos y luego se adicionaron diez mil. El Maestro Martinez nació el 17 de diciembre de 1898 en Villa Martínez, Popayán, y murió el 28 de marzo de 1956, en el mismo lugar.
El Cuadro tiene 54 metros cuadrados (560 pies cuadrados), 9 metros de largo (29,75 pies) por 6 metros de alto (19,84 pies). Se consideraba, al menos en 1986, el óleo más grande que se haya pintado en el mundo.
El Maestro empezó a pintar "La Apoteosis de Popayán" en octubre de 1935 y trabajó intensamente durante seis años consecutivos y después en forma intermitente, hasta seis meses antes de su muerte en 1956. El Maestro se hallaba dando unos retoques a su obra en la zona de las nubes y la figura de la tempestad, cuando le sobrevino un síncope. Álvaro Pío Valencia (hermano de Guillermo Valencia) lo encontró colgando de los andamios y Álvaro Pío mismo, con la ayuda de obreros de la Universidad, lo ayudaron a bajar y lo llevaron a casa, en donde murió después de algunos meses.
El Presidente Eduardo Santos, gran admirador de la obra del Maestro y su amigo personal, le otorgó la Cruz de Boyacá en enero de 1939.
Este famoso óleo es la realización parcial de los inigualables e inolvidables versos del maestro-poeta Guillermo Valencia (20 de octubre 1873 al 8 de julio de 1943) en su grandioso poema "A Popayán". Los versos de Valencia, esculpidos en mármol, acompañan al Cuadro, en sus lados, facilitando a los espectadores, la interpretación del óleo.
El Cuadro representa todo cuanto Popayán considera sus más preciadas glorias del pasado.
El Cuadro tuvo una inauguración de gala, todos los asistentes en riguroso traje de etiqueta. A las nueve de la noche del día 27 de diciembre de 1940, se hicieron presentes: el Presidente de Colombia, Eduardo Santos y su esposa; Guillermo Valencia, los superiores y profesores de la Universidad, las autoridades civiles, religiosas y militares. Los participantes manifestaron su admiración por el óleo con un férvido y nutrido aplauso.
El discurso de inauguración estuvo a cargo del rector de la Universidad del Cauca, Egregio Baldomero Sanín Cano, quien con su maestría y erudición acostumbradas, pronunció un meditado y galante panegírico de Popayán; analizó la índole del patriotismo de los hijos de la ciudad; a grandes rasgos bosquejó el desarrollo de la pintura, e hizo un fervoroso elogio explicativo del Cuadro de Martínez, uniéndolo en la alabanza, al poema inspirador del Cuadro, " A Popayán", del insigne poeta Guillermo Valencia.
(Texto tomado de la crónica de RODRIGO ASTUDILLO SUAREZ).
A POPAYAN
Este es el poema del Maestro-Poeta Guillermo Valencia que inspiró el cuadro
Apoteósis de Popayán del Maestro-Pintor Efraín Martinez.
"Glorificate a la citá fecunda" Gabriel D'Annunzio.
Ni mármoles épicos, claros de lumbre y coronas,
ni muros invictos, que prósperos hierros defiendan,
y guarden leones de tranquila postura triunfal;
ni erectas pirámides -urnas al genio propicias-
magníficamente tu fama dilatan, sonora,
con voces eternas, ¡fecunda Ciudad maternal!
Extática, lúgubre, las procelosas cuadrigas
tu sueño sacuden, ¡nostálgico pozo de olvido!
Abejas de Jonia melifican del árbol en flor
que nutres, y al águila, ebria de luz y viento,
las garras febriles y el pecho tremente de luchas,
aplacan tus gélicas aguas de amargo sabor.
Tú vives del silencio... Cércante vigilantes colinas,
do el Monte puro bajo el azul destella.
Sofrenas tu río, alma viva del gesto fugaz,
y el ánfora esbelta, rica de sangre augusta,
perenne derramas, al brillo de estrellas insomnes...
¡y brotan las bélicas palmas en lírico haz!
Tu vives del pasado. Púrpura de razas soberbias
en prófugo instante volaba quemando tus hombros,
y en púberes gajos reían las pomas de miel...
¡Levanta! ¡la túnica fulge de honor y heridas!
acudan tus buenos u el rostro marchito restauren,
¡y mullan tus sendas con hojas de nuevo laurel!
Vives del futuro. Las árticas brumas del tiempo
rasgas; con ojos sabios interrogas la Noche;
Y tus hijos epónimos magnifican el prístimo azur
con trémulos halos, y miras tu raza ventura
feliz en la fuerza, feliz en sondar el misterio,
que puso en el éter el místico Signo del Sur.
Tú vives de tus glorias. En himno sin término vuelan
tu soberbia esperanza con alas de victoria,
tus bruñidos escudos, tu gladio de fosco metal.
Con numeroso verbo tus triunfos en ágora enalba,
y, costálida fuente, sólo por tí murmulla
del héroe aquilino la pródiga voz de cristal.
Y vives de tus dones. Tu mísera gente africana
por tí las manos muestra, sin hierros, a la Vida,
y, en férvido ahinco, monumentos de forma sin fin
erige con el bronce vivo de sus progenies
que en móviles gruños, de toscas o nobles figuras
relievan tu hazaña, ¡del uno hasta el otro confín!...
Y vives de imposibles. Al óptimo, audaz Caballero,
Señor de la Mancha, de escuálida, triste figura,
sepulcro le diste bajo un roble de añosa virtud.
¡Patético hidalgo! de prez tus armas brillan:
dos veces tus pares probaron al orbe su temple:
en trágico golfo, tu yelmo; tu lanza, en ¡Cuaspud!
Tú vives del martirio. Monótono arroyo de sangre
afluye de tu pecho al ávido mar sin orillas...
Del Orto al Poniente glorifica tu sino -¡la Cruz!-
Al ara fatídica llevan, cual eterno holocausto,
su genio tu prócer; el mútilo, Camilo;
tu víctima sacra, sus púdicos lirios de luz...
Y vives del orgullo. Colérica tribu de azores
tus marchas preside. Las víboras mudas se tuercen
al golpe moroso de tu centro de insigne marfil.
A ti los relámpagos ciñen radial corona;
a ti las tempestades rinden sus espadas de oro;
conquistas evoca tu rostro de fiero perfil.
Y vives con tu cielo, libélula errante cogida
entre las redes que urde la luz de monte a monte.
-La tarde se mustia... Figuras teñidas de tul
agrúpanse pávidas... Arde implacable hoguera:
el cóncavo cruzan torbellinos de nácares y oro,
y el Rey degollado mil veces purpura el azul...
En lóbregas simas tu savia la plebe concentra
como el carbón sepulto, la chispa milenaria.
Tus bíblicas madres, cual espigas al beso de abril,
inclínanse grávidas... Fluyan eternamente,
como las aguas mudas entre las selvas mudas,
tus próceres gérmenes de fausto ¡vigor juvenil!
DESCRIPCIÓN DEL CUADRO APOTEÓSIS DE POPAYÁN.
En el lienzo aparece Popayán con sus características: La Catedral, la Torre del Reloj, la Ermita, Belén, las colinas que lo circundan, el volcán Puracé; el cielo ora de límpido azul, ya aborrascados. Una mujer, la tempestad, fulmina el rayo y alborota el cielo. Entre el negro nubarrón, la ala da figura luminosa, en cuyas tendidas manos el espacio estalla la centella.
El Cuadro, con 59 figuras humanas, está limitado, a cada lado, por dos robles: el árbol de Popayán y a la derecha la alta columna de un pórtigo.
A la izquierda del espectador, la figura sedente, vestida de blanco, que apoya la mano en un cetro, personifica a la ciudad de Popayán (modelo Luz Valencia). A ella concurre toda la acción del Cuadro. Delante de esta figura, la personificación de la Poesía (Martha Sarria), coronada, tañe una lira de oro. Detrás, la primavera (Alicia Mosquera), arrojando flores sobre el desfile que llega a rendir tributo a la ciudad.
Junto al roble, en la parte más alta y la adarga en alto, don Quijote, personificando el espíritu caballeresco de Popayán.
Tres aborígenes atónitos, escalonados, miran entre curiosos e indolentes el soberbio desfile.
Las figuras de Camilo Torres (desnudo el torso) y Francisco José de Caldas, de rodillas delante de las gradas, sirven de base al pedestal de Popayán y simbolizan el sacrificio.
A la izquierda del Cuadro, parte inferior, el grupo de prelados ilustres nativos de Popayán, arzobispos Ignacio León Velasco jesuita (vuelto de espaldas) y Manuel Antonio Arboleda y obispos Pedro Antonio Torres (lleva la mano sobre el pecho), capellán del Libertador, y Juan Nieto Polo de Águila (vestido más oscuro), representan el carácter religioso de la ciudad, expresado también en las iglesias del fondo.
Al lado opuesto, la figura de Sebastián de Belalcázar, en soberbio caballo, admira su obra que sus ojos no soñaron.
Viene en seguida el grupo de madres, una de ellas (Mary Mosquera viuda de Vernaza) con sayas y manto negro, a la antigua, ofreciendo a su tierra natal los recuerdos de su ser. La de trenzas representada por María Mosquera y la posterior, por Maruja Simmonds de Lemos. A ellas, el poeta Valencia dedica sus mejores versos contenidos en la doceava estrofa de "A Popayán".
Sigue el grupo de la Conquista, eje del Cuadro, con tres razas: colono español titán de los bosques (Miguel Concha), con el torso desnudo y el hacha sobre el tronco tendido bajo su planta; las de un esclavo (Julio Guevara) y un aborigen. A los anteriores los contempla un misionero jesuita y mártir, Francisco de Figueroa, nieto de Francisco de Mosquera y Figueroa, quien con mirada protectora, eleva la cruz redentora.
El grupo de la Colonia viene representada por una pareja ataviada con los suntuosos trajes de la época: el Caballero, Joaquín de Mosquera y Figueroa, quien llegó a ser Regente de España y una dama (Matilde Olano de Fernández), quien con su gracia y coquetería, son el encanto de la ciudad.
El grupo representativo de la transición entre la Colonia y la República: El hidalgo que viste capa española, José María Mosquera y Figueroa -"El mejor hombre del mundo" al decir de Simón Bolívar, hermano de Joaquín y ofreciendo sus 4 hijos: arzobispo Manuel José, el gran general Tomas Cipriano, Manuel María y Joaquín. "... Media historia de Colombia es ese grupo... ".
El grupo del general José Hilario López, en traje militar y con la banda presidencial, y los gozosos esclavos a quienes les dio la libertad.
Detrás, Julio Arboleda, el poeta-soldado, caminando hacia la gloria con Pubenza, bella creación indígena en su épico poema "Gonzalo de Oyón".
Detrás de Pubenza, en uniforme de gran parada y banda presidencial, el General José María Obando.
Entre Arboleda y Obando aparecen los payaneses que ocuparon el solio presidencial: Florián Largacha, Andrés Cerón, Euclides de Angulo y Julián Trujillo.
Tras Obando está Sergio Arboleda (hermano de Julio) y el general Carlos Albán.
Detrás, José Rafael Mosquera, famoso orador y Pedro Felipe Valencia, el Conde de la Casa Valencia, poeta y prócer de la Independencia.
Los siguen: Manuel José Castrillón, "El Estoico", sufrió impasible las torturas a manos de los españoles; Francisco Antonio de Ulloa, compañero de Francisco José de Caldas en el cadalzo.
Vienen luego los historiadores: Jaime Arroyo, padre Manuel Antonio Bueno y Gustavo Arboleda.
Delante de los tres historiadores, bajo otro roble, destacase Adolfo Dueñas, pintor y arquitecto admirable de la cúpula de la Catedral; Rafael Maya, Rafael Pombo y José Asunción Silva; Pombo y Silva de ancestro payanés.
Cierra el desfile la figura de nuestro apóstol de la caridad, Toribio Maya.
Y en el extremo derecho de pies sobre la piedra angular de un edificio de líneas de reminiscencias clásicas, según expresión de él mismo, la apuesta figura del Maestro Guillermo Valencia, cubierta con la elegante capa española, como meditando a la hora de las ensoñaciones del crepúsculo y contemplando sus hexámetros traducidos al color, por el clásico pincel de Martínez.
UN CANTO A POPAYAN
(Autor Diego Andrés Roselli Cock. Abril 25 de 2007 -Tomado de Portafolio.co)
Ya el ilustre escritor Rafael Maya, y hasta el presidente Alberto Lleras, habían dado sobre ello testimonio. La osamenta ilustre -dice el mito- cruzó en carabela la mar océano en busca de una ciudad que la mereciera.
No sorprende pues que allá, en un rincón del lienzo de Efraím Martínez, casi oculto a la sombra de un roble milenario, con su adarga, su lanza y su yelmo, esté Alonso Quijano el Bueno contemplando la elaborada escena de la Apoteosis de Popayán. Es éste el nombre del enorme cuadro que el pintor payanés culminó poco antes de morir, y que hoy engalana el paraninfo de la Universidad del Cauca.
Sí, en esta obra están todos los personajes -los reales y los ficticios- de la compleja historia de la capital caucana. Está Pubenza, la indígena cuyo nombre adoptó el valle en donde Belalcázar fundó su ciudad consentida. La misma nativa que inspiró al poeta-soldado Julio Arboleda en su épico poema Gonzalo de Oyón:
"He aquí a Pubenza: en ella el alma, todo
respira amor, pureza y hermosura;
el hechizo en sus ojos, la dulzura
vaga sobre sus labios de clavel".
"Tú vives del pasado", dice otra estrofa del Canto. Y hay en el cuadro indígenas anónimos y esclavos libertos, así como madres criollas que ofrendan sus hijos a la historia como las aguas mudas entre las selvas mudas, asegura Valencia. No falta Calíope, la musa de la poesía, tan prolífica en esta tierra de vates, junto a la metáfora pictórica de la Primavera, que es eterna en ésta, la Ciudad Blanca.
La Torre del Reloj, la Ermita tricentenaria y la Catedral, que un terremoto tras otro ha venido derribando, sirven todas de fondo a las cinco docenas de figuras humanas. Más atrás, y enmarcado por una ominosa tormenta, está el volcán Puracé:
"A ti los relámpagos ciñen radial corona;
a ti las tempestades rinden sus espadas de oro".
El poeta Guillermo Valencia con su capa castellana lo contempla todo desde el rincón opuesto al del febril manchego. Fue su Canto el que inspiró a Martínez, cuyo autorretrato bien cabría en el lienzo. La vida del pintor -nieto de Pascasio Martínez, aquel niño héroe que capturó al general Barreiro tras la derrota española en Boyacá- es sin duda digna de su propia exaltación lírica. Desde temprana edad había mostrado destreza para el dibujo. En su natal Popayán, y bajo la tutela del maestro Coriolano Leudo, inició una educación artística que luego continuó en Bogotá primero, y en Madrid y París más tarde.
A aquella amenazante borrasca del rincón de su cuadro le daba el maestro Martínez un retoque cuando sobrevino el comienzo de su enfermedad fatal.
Tuvieron que bajarlo exánime del andamio que requería esta obra colosal que le había tomado veinte años. Con nueve metros de largo por seis de alto fue en su momento -aseguran- el óleo más grande del mundo.
"Tú vives del martirio" dice la estrofa en que exalta Valencia a la curia payanesa, y que Martínez representó en la ciudad de las procesiones con media docena de sacerdotes de la Conquista, la Colonia, la Independencia y la República. Con la cruz en alto hay un misionero jesuita, Francisco de Figueroa el protomártir del Marañón, asesinado a golpes de macana en tierras amazónicas en 1663. Monótono arroyo de sangre afluye de tu pecho al ávido mar sin orillas dijo el poeta. Fueron siglos gloriosos aquéllos en los que las tierras de la provincia de Popayán se extendían desde el río de Orellana hasta el istmo de Panamá. Más de media Colombia.
"Tú vives de tu gloria". ¡Cuántos personajes payaneses dejaron su huella en nuestra historia! Camilo Torres y Tenorio, el mútilo Camilo, tu víctima sacra, lo llama Valencia. Este prócer del Memorial de agravios, que cayó fusilado durante el Régimen del Terror, aparece descamisado en el lienzo.
Cerca de él está Francisco José de Caldas, el sabio, feliz en sondar el misterio,
"otro sacrificado al águila, ebria de luz y viento,
/ las garras febriles y el pecho tremente de luchas?".
Y si en algo ha sido fecunda esta ciudad extática y lúgubre, de mármoles épicos y muros invictos, ha sido en presidentes. Se destaca sobre todos el más importante patojo de la historia, Tomás Cipriano de Mosquera, El demente exquisito de Víctor Paz Otero. Aquí está representado con sus tres ilustres hermanos, su padre, y hasta su tío Joaquín de Mosquera y Figueroa, quien fuera regente de España y, por ende, convencido realista. Fue familia de contradicciones aquélla, en donde un hermano -Tomás Cipriano- fue guerrero, masón y anticlerical, mientras que el otro -Manuel José- era ungido arzobispo de Bogotá.
José Hilario López el libertador de los esclavos
"(tu mísera gente africana
por ti las manos muestra, sin hierros, a la Vida)"
y José María Obando, a quien apodaron el Tigre de Berruecos, ambos en traje militar y con la banda presidencial, están en aquel lienzo como leones de tranquila postura triunfal.
El cielo que cubre este nostálgico pozo de olvido que es el Popayán apoteósico cambia de los rayos y truenos, en una esquina, a un apacible crepúsculo en la otra. La tarde se mustia afirma el poeta. Arde implacable hoguera añade para iluminar los arreboles del pintor. El cóncavo cruzan torbellinos de nácares y oro, y el Rey degollado mil veces purpura el azul ¿Habrá más que agregar?
APOTEOSIS DE POPAYÁN
(Autor Rodrigo Valencia Quijano - Tomado de Proclama del Norte)
Hablar del cuadro del maestro Efraím Martínez puede resultar redundante para un público que, de sobra, lo conoce y reverencia en el recinto del Paraninfo de la Universidad del Cauca, donde, desde su génesis, ocupa el frente principal a manera de un mural sobre lienzo.
Puede uno mirar cómo, obedeciendo a razones de linaje renacentista-clásico, predomina allí el uso central de la perspectiva como escenario cúbico-visual, donde se sitúa la historia de la ciudad: todos los recursos del poder del centro iluminan con convicción académica la solución compositiva, mientras los personajes representados pueden ser reconocidos uno a uno bajo el rigor evocador de la paleta.
Una línea vertical de fuga la marca la cruz que lleva un misionero en el centro del episodio; gira ligeramente hacia la izquierda, sube al nivel de la Ermita, y después en dirección al antiguo templo de Belén, punto focal por excelencia, desde donde la mirada observadora viaja al espacio geográfico que asciende paulatinamente hacia el volcán.
Tres secciones dominan horizontalmente la idea compositiva, delimitadas por la cumbre de la cordillera en la parte superior, y por la línea que coordina el ordenamiento de los personajes en la parte media. La solución de horizontalidad domina en toda la obra a través de estas secciones, que se cortan en regla de oro con la verticalidad de la Torre del Reloj. Allí domina la plaza central con la vista lateral de la catedral y casonas aledañas; nadie podría dudar que se ha construido un emplazamiento colonial para el mito de la historia.
La individualidad de los personajes, tratados con una indudable maestría técnica heredada de maestros españoles, otorga peso aglutinante a todo el evento pictórico, con precisión, orden, medida y disposición; los grupos de damas, indios, esclavos, clérigos, el conquistador español y los ilustres de la ciudad, muestran toda gala de detalles. Se puntualiza un equilibrio de la lógica histórica, en donde cada cual ocupa el lugar que le corresponde; es intención y lealtad al principio del orden armónico; la normatividad académica persiste en este cuadro, creado para una ciudad donde se cree y trata de conservar la tradición a toda costa, y donde la historia se ha reverenciado con álgida persistencia.
La contraposición entre la atmósfera tempestuosa de los cielos de la izquierda y la apacible luminosidad y brillo de los cielos de la parte derecha, constatan la capacidad de síntesis imaginativa del artista, quien así ha equilibrado magistralmente órdenes y razones opuestas en un espacio de interacción común. La luz centelleante que lleva en sus manos la figura de la Tempestad irrumpe con protagonismo simbólico, en directa diagonal con el grito libertario del gorro frigio levantado verticalmente hacia el tercio derecho, atenuando la procesión horizontal de los personajes.
Hay belleza, simbolismo, reflexión, anécdota y oficio al máximo en esta pintura de dimensiones muralísticas; todo confluye en unidad en esta proeza del pintor Martínez, quien prácticamente dominó el panorama pictórico de la primera mitad del siglo XX en Popayán. Los varios años que dedicó al logro del cuadro, los bocetos y estudios previos existentes, dan fe de un trabajo ordenado, insistente y de consistencia perdurable. Armar una obra de esta naturaleza era, sin duda, un reto para emular la eternidad; la historia se formaliza allí como rigor dignificante y persistencia de acontecimientos enaltecedores.
Las losas del primer plano nos introducen a un lugar donde la belleza de los atardeceres, la sinuosidad de los montes, la variedad de las razas y caracteres, formalizan una escena que idealiza al Popayán que todos quisieran ponderar; y se ilustra la mirada del observador a partir de reminiscencias del poema del maestro Guillermo Valencia. Don Quijote, junto al imponente árbol de la izquierda, adorna una leyenda que todo payanés quisiera fuera cierta; es la genuflexión que la cultura de la época rinde como admiradora de símbolos poéticos; la villa de los vates, liderada por Valencia y Maya, guarda en ese entonces el secreto de los sueños.
Un hado de leyenda se hace patente en todo el cuadro; la arcaica sensación de mirar el pasado épico quiere iluminar el panorama del futuro; y la calle central de la ciudad se aleja con cadencia señorial, como pintan los soñadores de leyendas, cuando el alma ha sido atemperada por la fruición y el espectáculo de lo noble.
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® Giovanni Castrillón Ramírez
Popayán, Colombia, Sur América
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Actualizada en Mayo de 2016
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